Fauna PolÃtica
Danzar con la muerte
Rodolfo Herrera Charolet
“El hombre es un animal de costumbres.”
Anónimo
Una fórmula adecuada para evitar levantamientos, en Roma como en sus provincias, consistÃa en dar pan para mitigar su hambre y divertir al pueblo para distraerlo. Método que resultó adecuado para mantener la paz social y que sin mayores contratiempos, los grupos en el poder se mantuvieran al frente de los negocios públicos.
En la Edad Media se festejaba el dÃa de los “bufones”, una fiesta en la que caballeros, doncellas y el pueblo, en perniciosos entremeses servÃan como válvula de escape, al permitir que se manifestaran con sus bromas a costa de sus autoridades.
La sorna popular hacia la autoridad, parece ser el contenido de algunos medios informativos de nuestro tiempo, tan cotidiana es la costumbre, que parece ser que el dÃa de los “bufones” se celebra todo el año. Sin embargo entre el ridÃculo popular y la tradición, la religión y la polÃtica se han entremezclado para arraigar en nuestros pueblos las costumbres centenarias.
En el folklore mexicano de todo se hace fiesta, ya sea la boda, el nacimiento de un hijo, los quince años de la señorita o la muerte, el regreso de las almas en pena, en los primeros dÃas de noviembre de cada año. Fiestas de la costumbre, como aquella que se celebra en Huejotzingo, el martes previo al miércoles de ceniza.
Para celebrar la primera unión indÃgena realizada en el año de 1520 bajo las leyes del colono español, se hizo tradición el “Carnaval de Huejotzingo”, en el cual se dramatizan los combates y la mezcla de castas provocadas por el “encuentro fortuito” entre indÃgenas y españoles. Los años se encargaron de modificar la comparsa y asà el recuerdo de la evangelización realizado en los siglos XV y XVI, moldeó la celebración de las carnestolendas, retomando el recuerdo del rapto de la hija del corregidor y la defensa heroica del 5 de mayo, una mezcla de la reminiscencia de los valientes indios zacapoaxtlas (que ahora se sabe que dicho regimiento era de Tenanpulco) quienes descalzos y armados con machetes, vencieron ese dÃa al poderoso ejercito francés. Es un carnaval en donde los trajes multicolores, el olor de la pólvora quemada y los estruendos ruidosos son el común y motivo de festejo.
Entre el gentÃo que se da cita, el ruido y la pólvora, hay quienes aseguran que es un honor y tradición familiar ser el “huehue” o “zuavo” del momento, juntar durante el año previo al Carnaval su “dinerito”, para que llegado el momento comprar una máscara que si no es antigua al menos sea de buena calidad, un traje a todo “mecate” y una mosquetón de los “buenos”, mejor si hace mucho ruido, porque queman bien la pólvora y es “seguro”. La realidad ha demostrado que entre pólvora y el aguardiente, las manos amputadas proliferan, no se diga de los “muertitos” y otros sucesos, contándose año con año, decenas de heridos y al menos media docena de heridos graves o muertos.
En la milenaria Cholula, cuando en los años del cacicazgo obrero, se celebraba el carnaval de Huejotzingo, un muertito de “a perdis” enterraban cada año, “dizque” se les escapó un tiro, “quezque” se les atoró el gatillo. Eran los tiempos de don “File” que afilando el diente, parece ser que de sus enemigos se deshacÃa, pero los momentos de gloria de don Filemón Pérez Cázares, vinieron con el tiempo a menos, pero mientras esto sucedÃa, en las calles cholultecas o pleno zócalo, amanecÃan los muertos por “causas naturales” de no haber “aguantado el tiro de gracia”.
En dÃas de fiesta del Carnaval, era natural que velaran a quien pensaba diferente, fuera gente importante o indigente, porque no faltaba el compadrito que hiciera el “trabajito”. Por eso en esos dÃas de juerga los enemigos confesos del “lÃder” no paseaban por el zócalo, por aquello de que la parca se disfrazada de “huehue” y entre risas y llamaradas, cargaba parejo.
Asà la tradición de “Carnaval” en Cholula y Atlixco, pasó a menos, porque en sus calles entre pólvora y danzantes, se olÃa el miedo cuando la muerte danzante y pelando los dientes buscaba afanosa a los enemigos del lÃder. Asà los años 50 del pasado siglo XX, fueron marcados como periodos negros, por la polÃtica manchada de sangre, por el desquite con mascara, por la muerte danzante que rÃe y a mansalva mata.
Por fortuna de nuestros pueblos de caminos polvorientos y de ricas familias que ya fueron autoridades, nuevos tiempos llegaron y los caciques pasaron a ser cosa del pasado, terminaron los dÃas de la “muerte disfrazada de huehue” que entre el gentÃo danza, del muertito diario, del carnaval maldito.
Hoy en dÃa en torno a esos hombres disfrazados, las multitudes festejan el grito del “cuete”, ya sea por el estruendo o la alegrÃa que les causa la “muerte”, pero también siguen habiendo niños despavoridos que entre piernas salen corriendo, mujeres que ni pestañean y otras que en franca borrachera festejan a su “viejo”.
En el Carnaval también hay hombres que se ocultan tras la mascara, unos para vengar la afrenta otros para salvar el pellejo, porque afirman que la muerte de “chiripa”, los puede hacer compañeros.
Asà las costumbres de nuestros pueblos, algunas tan auténticas, otras el moderno circo de calle, entre risas y colores que se anticipan a la primavera. Fiesta permanente en la que viven muchos pueblos, en donde el olor a pólvora desempolva recuerdos, algunos alegres y otros menos, pero todos de aquellos dÃas y de otros tiempos.
¿O no lo cree usted?
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